Había amanecido soleado como casi todos los días desde la primavera pasada. El verano estaba por terminar, y todavía las flores seguían floreciendo.

Se escuchaban los pájaros cantar y los niños riendo y jugando en las calles desde temprano.

Podía percibir una sutil y distante brida alegre flotar en el aire; alegría que yo no podía ni inhalar ni exhalar.

¿Qué me ocurría?

 Ya tenía tiempo sintiendo una especie de carga sobre mis hombros y un nudo que se cerraba en mi estómago cada vez que intentaba comer. Por más que pensaba, no atinaba a saber qué estaba pasando, ¿por qué me sentía así?

De pronto, un día, falté a mi trabajo. A la siguiente semana, otro día, y en un mes acumulé 6 faltas. Me despidieron. Coincidió con ese evento, el darme cuenta que estaba perdiendo peso y obviamente me sentía como un dispositivo que le queda el 10% de batería útil.  

Entonces, se encendió un foco rojo de alarma en mi mente. La depresión había entrado en mí, y estaba arrasando con todo: familia, amigos, pareja, trabajo, cuerpo. Debía poner un alto a eso y atender de inmediato si es que deseaba prevenir consecuencias funestas.

Acudí con un profesional de la salud que me diagnosticó depresión exógena de primera etapa y me prescribió medicamentos controlados. Los tomé poco tiempo y no sentía que estuvieran teniendo el efecto que se esperaba, al contrario.

Una tarde, desesperada, pensé que sí una o dos tabletas no conseguían hacerme sentir un poco alegre, tal vez varias más lo hicieran…

Fui a dar a la sala de urgencias de un hospital para que me hicieran un lavado de estómago, los médicos pensaron que había atentado contra mi vida. No fue así, solo quería no sentirme tan deprimida.

Se me sugirió terapia psicológica, a la que acudí, por supuesto. La llevé durante casi un año, con caídas y repuntes, con repuntes y recaídas…

El psicólogo me recomendó leer libros de autoayuda que no sentía que me ayudaran en nada para salir totalmente de la depresión.

Y se iba pasando el tiempo…

Hice yoga, meditación, tai chi, chi kung; y debo confesar que esto me ayudó bastante a mejorar mi estado emocional y físico pero seguía sintiendo una «espinita» clavada, no sé dónde; mejor dicho, una «espinota» clavada en el corazón, en la mente, en el alma, no lo sé, pero dolía…

Seguramente dolía bastante porque yo lloraba mucho, sin razón aparente.

 

Me acerqué a las religiones, a varias. Puesto que nunca en mi vida había estado cerca de ninguna específicamente, no sabía en qué terreno me metía y así, decidí explorar varias; quizás podrían ser de ayuda, tal vez algún vacío podrían llenar. Pero en lugar de eso, un cargamento de culpa y miedo se destapó como esperando ser descubierto desde hacía mucho, porque ya no hubiera podido seguir guardándolo. Me alejé de las religiones punitivas tan rápido como pude pues pensé que en cualquier momento mi crucificarían.

Pero, antes de irme de una de ellas, la que estaba explorando más recientemente, una persona que dirigía un templo y ciertos estudios judáicos (¡fíjese!), me recomendó leer un libro, que hasta la fecha leo, estudio, practico y divulgo, y que después de varios años de depresión, me sacó adelante.

Este estudio, que es en realidad un entrenamiento mental, me enseñó a localizar la causa de mi depresión, y a deshacerla. Me enseñó a encontrarme con una versión única y perfecta de mí, que antes había extraviado. Me enseñó algo, que para muchos es trillado, y es que la paz y la felicidad, están en mí y solo en mí, a encontrarlas y mantenerlas.

Ahora mi modo mental es de una constante experiencia de paz plena, que nada ni nadie puede venir a perturbar.

Y ya sonrío, sonrío más a menudo.

No deseo que se tergiverse o se malentienda lo que estoy escribiendo y voy a aclarar que este entrenamiento no sustituye ningún tratamiento médico o psicológico para la depresión, ni debe hacerlo.

La depresión, es uno de los grandes males del siglo XX y XXI y debe ser siempre atendido por profesionales.

Solo estoy diciendo que el entrenamiento mental del que hablo, un entrenamiento mental para la paz interior ES LO QUE A MÍ ME FUNCIONÓ. Más nada.

Como ahora lo divulgo y acompaño con él, desde hace más de 20 años a mucha gente que desea vivir en paz, veo que también le sirve a muchas otras personas en ese tipo de diagnósticos y otros parecidos o problemáticas donde uno no se sabe manejar con paz; pero nunca sugiero que no acudan o que abandonen tratamientos médicos o psicológicos.

Solo sé que es posible aligerar la carga y en muchos casos, deshacerse de ella.

Tú podrías intentarlo…

El entrenamiento mental del cual hablo, se llama Un Curso de Milagros.

Si te interesa, búscame.

Nunca olvides pedir ayuda, una mano siempre está tendida para ti.

Gaby Sánchez

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