La Cigarra, la Hormiga y el Yogui

¿A qué niño no le han dedicado en diversas ocasiones, en la casa y en la escuela, la lectura de la muy conocida fábula La Cigarra y la Hormiga? La autoría original de esta fábula es atribuida a Esopo[1], sin perjuicio de las excelentes versiones de autores de la talla de Jean de La Fontaine[2] y Félix María Samaniego[3].

Como podemos recordar, se trata de una cigarra muy alegre y cantarina, que pasa su tiempo maravillada por las bellezas que ofrece la naturaleza durante los meses de primavera, en tal descuido que deja de ocuparse de preparar refugio y almacenar alimentos para los duros meses del invierno y del verano. Mientras que, en cambio, la laboriosa hormiga no deja un solo día de preocuparse y de ocuparse por el mañana, proveyéndose de buen techo y suculenta comida.

Así, frente a la inminencia de la necesidad, la cigarra pide socorro a la hormiga, pero ésta la rechaza asumiendo que lo que había recogido y preparado no alcanzaría para dos.

Reza la fábula de esta manera[4]:

“Era un verano muy caluroso, probablemente uno de los más calientes de las últimas décadas.  Quizá por eso, la cigarra decidió dedicar las horas del día a cantar alegremente debajo de un árbol. No tenía ganas de trabajar, solo le apetecía disfrutar de sol y cantar, cantar y cantar. De manera que así pasaba sus días, uno tras otro.

Uno de esos días pasó por allí una hormiga que llevaba a cuestas un grano de trigo muy grande, tan grande que apenas podía sostenerlo sobre su espalda. Al verla, la cigarra se burló de ella y le dijo:

– ¿Adónde vas con tanto peso? ¡Con el buen día que hace y con tanto calor! Se está mucho mejor aquí, a la sombra, cantando y jugando. ¿Acaso no quieres divertirte?, se rió la cigarra.

La hormiga se detuvo y miró a la cigarra, pero prefirió hacer caso omiso de sus comentarios y continuar su camino en silencio y fatigada por el esfuerzo. Así, pasó todo el verano, trabajando y almacenando provisiones para el invierno. Y cada vez que veía a la cigarra, ésta se reía y le cantaba alguna canción de aires burlones:

– ¡Qué risa me dan las hormigas cuando van a trabajar! ¡Qué risa me dan las hormigas porque no pueden jugar!

Así pasó el verano y las temperaturas empezaron a bajar. En ese momento, la hormiga dejó de trabajar y se metió en su hormiguero, donde se encontraba calentita y tenía comida suficiente para pasar todo el invierno. Entonces, se dedicó a jugar y cantar.

Sin embargo, el invierno encontró a la cigarra debajo del mismo árbol, sin casa y sin comida. No tenía nada para comer y estaba helada de frío. Fue entonces cuando se acordó de la hormiga y fue a llamar a su puerta.

– Amiga hormiga, sé que tienes provisiones de sobra. ¿Puedes darme algo de comer y te lo devolveré cuando pueda?

La hormiga le abrió la puerta y le respondió enfadada:

– ¿Crees que voy a darte la comida que tanto me costó reunir? ¿Qué has hecho holgazana durante todo el verano?

– Ya lo sabes, le respondió apenada la cigarra. A todo el que pasaba, yo le cantaba.

– Pues ahora, yo como tú puedo cantar: ¡Qué risa me dan las hormigas cuando van a trabajar! ¡Qué risa me dan las hormigas porque no pueden jugar!

Y dicho esto, le cerró la puerta a la cigarra. A partir de entonces, la cigarra aprendió a no reírse del trabajo de los demás y a esforzarse por conseguir lo que necesitaba”.

Pues bien, tal como podemos apreciarlo, una fábula[5] es un género literario que busca instruir, transmitir un mensaje moral o moraleja, utilizado como recurso didáctico o pedagógico.

En el caso concreto de La Cigarra y la Hormiga, la gran mayoría de los cuentistas o intérpretes con los que me he topado aducen que se busca censurar la actitud de la cigarra, por ser ejemplo de “holgazanería”, y festejar la de la hormiga, por ser responsable y trabajadora, con el aliciente de que a la primera le va mal y a la segunda bien.

Por supuesto que en este momento no vamos a profundizar, sino sólo dejar ver que, aunque no lo digan, es obvio que se está implícitamente dejando colar que debemos juzgar al otro, o que si obras “bien” puedes juzgar a quien lo hace “mal”, e incluso condenarlo o sancionarlo, en un acto que pondría en peligro la vida del necesitado, al negarle cobijo y alimento. Esto desde la perspectiva legal penal vendría siendo el delito de omisión de socorro a persona en peligro, sin perjuicio de que desde el ángulo ético podría decirse que promueve el egoísmo y el no compartir.

Regresando entonces a nuestro hilo conductor, es evidente que muchas son las enseñanzas positivas que se pueden extraer de esta fábula, y que lo negativo se puede trabajar, desde la didáctica participativa, de modo que se pueda ver y comprender que puede haber mal en el bien y bien en el mal, contextualizando el hacer de cada quien. Podríamos decir que cantar a la vida es bueno, pero si es lo único que hacemos nos puede traer problemas, y que trabajar es bueno, pero si es lo único que hacemos nos puede llevar a la tristeza, por ejemplo.

De esta forma, lejos de los extremos y los comportamientos obsesivos o compulsivos, es en el equilibrio en donde se encuentra la clave. Se me vienen a la mente los enanos de Blancanieves que cantaban “Ay ho[6] mientras trabajaban.

Ahora bien, desde un punto de vista yóguico, sería equivocado creer que la cigarra estaba centrada en el “aquí y el ahora”, desentendida de los lamentos del pasado y las angustias del futuro, mientras que la hormiga había perdido la plena consciencia del momento presente, obsesionada por el mañana. Y digo que semejante conclusión está equivocada puesto que ambas actitudes conductuales conducen a algo negativo, partiendo evidentemente de premisas erróneas.

En efecto, centrarse en el momento presente y vivir en la plena consciencia no quiere decir que se olviden o rechacen las experiencias del pasado y mucho menos las influencias ancestrales y raíces a las que accedemos trabajando precisamente el chakra raíz o Muladhara Chakra. Como tampoco quiere decir que se ignore el futuro, el cual más bien debe ser marcado por la intención o Sankalpa, predeterminado o decretado a la luz de la ley de la atracción. Es, en función de ambas cosas, vivir el instante presente con todo el corazón y consciencia, y en la gratitud.

Por otra parte, ¿cómo afirmar que la hormiga no estaba trabajando en la plena consciencia de lo que estaba haciendo? Lo que si podemos apreciar es que había olvidado su ser integral, asumiendo un actuar cuasi robotizado, tal como ocurre con un ordenador y el programa instalado. Tan “consciente” de ese programa que olvida que hay otros. Lo cierto es que los yoga sutras de Patanjali nos enseñan que el Karma Yoga o yoga de la acción, gira en torno al concepto esencial de Dharma, que es el actuar justo y debido. No el hacer por hacer, no el hacer compulsivo, no el hacer desde el miedo, no el hacer desde el apego. Sino el hacer necesario, el hacer suficiente, el hacer desde el amor, el hacer compasivo.

Y, por supuesto, tenemos igualmente en yoga la noción de servicio, de hacer el bien al otro, sin apego a los resultados, sin buscar siquiera el simple agradecimiento. Servir porque es lo correcto. Es la coherencia con Namasté, es decir, es reconocer la chispa de luz que hay en el otro, para saludarla, pero también para servirla. Por ello hablamos del yoga del servicio[7], no hay yoga si no hay servicio desinteresado para con las demás personas.

Finalmente, volviendo al aspecto crucial del equilibrio, y para apreciar lo yóguico en la materia, no debemos pasar por alto los tres gunas[8] o cualidades de las que está compuesto el universo y todos los seres que lo integran, de los que nos habla el Bhagavad Gita[9], y muy especialmente la filosofía Sankhia.

Primero Tamas, que es la fuerza que promueve la oscuridad, la ignorancia, la destrucción y particularmente la pereza, la desidia, la indolencia, por lo que algunos han calificado de tamásica la actitud de la cigarra.

Segundo Rajas o Rayas, que es la fuerza que promueve la acción, la creatividad, el ingenio, la transformación, la pasión, por lo que algunos consideran como rajásica o rayásica la actitud de la hormiga.

Y tercero Sattva, que es la verdadera esencia de la persona, la fuerza espiritual que contiene la resolución, el coraje, la magnanimidad, la sabiduría, la pureza y la bondad. Entonces esta cualidad no está presente en la fábula que comentamos, y es allí donde se hace necesaria esa aproximación didáctica participativa que se ha de buscar con los niños y también con los adultos, al interpretar, desde ésta, una nueva fábula denominada La Cigarra, la Hormiga y el Yogui.

De esta manera, querido lector, puedes cantar, reír y bailar, sin dejar de hacer lo que tienes que hacer en deber y justicia, sin juzgar ni condenar, y estando dispuesto sin apegos a servir a quien lo requiera.

Alberto Blanco-Uribe