La impermanencia cantada por Celia Cruz

Cuando en mis estudios escolares, hace unas décadas, me hablaron por primera vez del principio de conservación de la materia y de la energía, según el cual nada se crea, nada se destruye, todo se transforma, formulado por el químico francés Antoine de Lavoisier, nunca imaginé que esa idea iba a acompañarme toda la vida, en todas mis actividades, como una máxima aplicable incluso a lo mental y a lo espiritual.

Particularmente, en cuanto a lo espiritual y a lo energético, bien vale la pena evocar los conceptos de la física cuántica[1]. Pero no deseo desviarme del tema.

En lo que me interesa, que es ciertamente lo espiritual, solo que por otra línea de aproximación, se encuentra el principio de impermanencia, que constituye una de las máximas cruciales en el hinduismo y en el budismo.

Así, cuando mis maestros de filosofías orientales comenzaron a vislumbrar en clases y a explicar ese principio de impermanencia, una cosa venia a mis pensamientos, ayudándome mejor a comprender, y era nada menos que la ley de la conservación de la materia y de la energía.

Y en efecto, nada tiene inicio y nada tiene final, pues todo esta en continuo cambio, mutación o transformación. Nada permanece, todo fluye y deviene algo más, trátese de la materia o pretendida materia, de la energía, de las sensaciones, de las emociones, de los pensamientos.

Antes de estudiar este principio y estando concentrado en el análisis de la idea de liberación, correspondió precisar que tal liberación que se persigue a través del yoga de los ocho pasos[2] y especialmente del paso siete que es la meditación, radica en deslastrarse de los apegos para escapar al sufrimiento y así renacer al estado interno de felicidad y serenidad.

Entonces, teniendo clara esta situación, observamos que no tiene sentido apegarse a nada, pues lo que en este momento es ya luego no lo será, y lo que no es ahora podría o no serlo después, o sencillamente tornarse en algo totalmente imprevisto.

Por tanto, en vista de que no nos es posible evitar los cambios y las transformaciones de todo con cuanto tenemos contacto (incluidos nosotros mismos), y para no sufrir como consecuencia de las mutaciones, lo que nos corresponde para ciertamente alcanzar la liberación y con ella la paz interior, es la aceptación.

Aceptar que todo es temporal o transitorio, que nada permanece, incluso que las relaciones personales más aparentemente estables duran en función de su evolución y de la recíproca aceptación de los cambios, es realmente la clave de la felicidad, unida a la gratitud de ese aprendizaje.

En nuestra ignorancia, negamos los cambios pues reconocerlos nos suele dar, desde los apegos, inestabilidad, inseguridad, incertidumbre, desasosiego, angustia, pero aceptar que son inevitables y aceptar como son, paradójicamente es lo que nos puede ofrecer esa ansiada tranquilidad.

Acerca de la impermanencia y su aceptación, para liberarnos de apegos y ser felices, la literatura nos trae un cuento llamado “Esto también pasará[3]:

“Hubo una vez un rey que dijo a los sabios de la corte:

– Me estoy fabricando un precioso anillo. He conseguido uno de los mejores diamantes posibles. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total, y que ayude a mis herederos, y a los herederos de mis herederos, para siempre. Tiene que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo del diamante del anillo.

Todos quienes escucharon eran sabios, grandes eruditos; podrían haber escrito grandes tratados, pero darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudieran ayudar en momentos de desesperación total. Pensaron, buscaron en sus libros, pero no podían encontrar nada.

El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre. La madre del rey murió pronto y este sirviente cuidó de él, por tanto, lo trataba como si fuera de la familia. El rey sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también lo consultó. Y éste le dijo:

– No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje.

– Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un místico. Era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje (el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey).

– Pero no lo leas -le dijo- mantenlo escondido en el anillo.

– Ábrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación.

Ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus enemigos lo perseguían. Estaba solo y los perseguidores eran numerosos. Llegó a un lugar donde el camino se acababa, no había salida: enfrente había un precipicio y un profundo valle; caer por él sería el fin. Y no podía volver porque el enemigo le cerraba el camino. Ya podía escuchar el trotar de los caballos. No podía seguir hacia delante y no había ningún otro camino.

De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso. Simplemente decía:

esto también pasará.

Mientras leía estas palabras sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que le perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino, pero lo cierto es que poco a poco dejó de escuchar el trote de los caballos.

El rey se sentía profundamente agradecido al sirviente y al místico desconocido. Aquellas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a ponerlo en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino. Y el día que entraba de nuevo victorioso en la capital hubo una gran celebración con música, bailes. Él se sentía muy orgulloso de sí mismo.

El anciano estaba a su lado en la carroza y le dijo:

– Apreciado rey, le aconsejo leer nuevamente el mensaje del anillo.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó el rey.

– Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi vuelta. No estoy desesperado y no me encuentro en una situación sin salida.

– Escucha – dijo el anciano – este mensaje no es sólo para situaciones desesperadas. También es para situaciones placenteras. No es sólo para cuando estás derrotado; también es para cuando te sientes victorioso. No es sólo para cuando eres el último; también es para cuando eres el primero.

El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: «esto también pasará», y nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba, pero el orgullo, el ego, había desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Lo bueno era tan transitorio como lo malo”.

Pero no solamente la literatura nos da cuenta de la presencia del principio de impermanencia en todas las culturas, de una forma u otra, lo cual facilita su comprensión, pues la música también lo hace con el ritmo y las palabras de la gran Celia Cruz y su conocida canción “La vida es un carnaval[4]:

Todo aquel que piense que la vida es desigual. Tiene que saber que no es así.
Que la vida es una hermosura. Hay que vivirla.

Todo aquel que piense que está solo y que está mal. Tiene que saber que no es así.
Que en la vida no hay nadie solo, siempre hay alguien.

Ay, no hay que llorar (No hay que llorar). Que la vida es un carnaval Y es más bello vivir cantando. Oh-oh-oh, ay, no hay que llorar (No hay que llorar). Que la vida es un carnaval
Y las penas se van cantando. Oh-oh-oh, ay, no hay que llorar (No hay que llorar). Que la vida es un carnaval. Y es más bello vivir cantando. Oh-oh-oh, ay, no hay que llorar (No hay que llorar). Que la vida es un carnaval. Y las penas se van cantando.

Todo aquel que piense que la vida siempre es cruel. Tiene que saber que no es así. Que tan solo hay momentos malos y todo pasa. Todo aquel que piense que esto nunca va a cambiar. Tiene que saber que no es así.  Que al mal tiempo, buena cara, y todo cambia.

Ay, no hay que llorar (No hay que llorar). Que la vida es un carnaval. Y es más bello vivir cantando. Oh-oh-oh, ay, no hay que llorar (No hay que llorar). Que la vida es un carnaval. Y las penas se van cantando. Oh-oh-oh, ay, no hay que llorar (No hay que llorar). Que la vida es un carnaval. Y es más bello vivir cantando. Oh-oh-oh, ay, no hay que llorar (No hay que llorar). Que la vida es un carnaval. Y las penas se van cantando. Es para reír (No hay que llorar). Para gozar (Carnaval). Para disfrutar (Hay que vivir cantando). La vida es un carnaval. (No hay que llorar) Todos podemos cantar (Carnaval). Ay, señores (Hay que vivir cantando). Todo aquel que piense (No hay que llorar). Que la vida es cruel (Carnaval). Nunca estará solo (Hay que vivir cantando). Dios está con él. Para aquellos que se quejan tanto (Wua). Para aquellos que solo critican (Wua). Para aquellos que usan las armas (Wua). Para aquellos que nos contaminan (Wua). Para aquellos que hacen la guerra (Wua). Para aquellos que viven pecando (Wua). Para aquellos que nos maltratan (Wua). Para aquellos que nos contagian (Wua)”.

 

Queridos lectores, sean felices y estén en paz, que todo pasa. Meditemos!

Alberto Blanco-Uribe

3 Comentarios

  1. Alexandra

    Me encantó el artículo, siento que de cierta manera la impermanencia es un mantra de mi vida, nada permanece para siempre, todo pasa (esto me ha ayudado en los momentos mas difíciles). Un abrazo a mi querisimo amigo y profesor de Derecho Constitucional Alberto Blanco Uribe, gracias por no ser solo un profesor y enseñar una asignatura, sino por ser un maestro y dar claves para vivir.

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  2. Alexandra

    Me encantó el artículo, siento que de cierta manera la impermanencia es un mantra de mi vida, nada permanece para siempre, todo pasa (esto me ha ayudado en los momentos mas difíciles). Un abrazo a mi querisimo amigo y maestro de Derecho Constitucional Alberto Blanco Uribe, gracias por no ser solo un profesor y enseñar una asignatura, sino por ser un maestro y dar claves para vivir.

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    • alberto

      Hola Alexandra, gracias por tu comentario que valoro mucho. Realmente estar consciente de la impermanencia termina por dar paz, aunque en momentos nos perdamos en la angustia de los apegos. Un abrazo también para mi amiga y discípula, al haber comprendido desde el corazón de qué se trataba mi enseñanza

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