LIEBRE, TORTUGA Y YOGA

 La muy conocida fábula de “La liebre y la tortuga” es un famoso cuento infantil, cuya autoría ha sido atribuida a Esopo, habiendo multitud de versiones y adaptaciones hechas desde Jean de La Fontaine y Félix María Samaniego, hasta otros autores de renombre o no, e incluso maestros y familiares. Pero su esencia es idéntica y muy nutritiva.

De su lectura casi todos, desde niños, hemos podido aprender y disfrutar, tanto en casa como en la escuela. Es una de esas historias de vida, hechas para siempre.

Lamentablemente, para muchos, los engranajes de la vida alocada que solemos llevar nos hacen olvidar este hermoso cuento, que lejos de limitarse a un momento de distracción en nuestra remembranza de infancia o en la lectura para nuestros hijos y nietos, encierra un mensaje a tener presente a todo lo largo de la vida.

Como podremos recordar, más allá de la vanidad y el complejo de superioridad evidenciados por la liebre y su pretendida resistencia física, este relato trata acerca de grandes virtudes y valores de la humanidad, representados por la tortuga, y que versan sobre la fuerza de voluntad, la constancia, la perseverancia, la tenacidad, la serenidad y la intención.

Recordemos su contenido[1], antes de comentar su formidable relación con la filosofía yóguica:

Había una vez una liebre y una tortuga que vivían en el campo. La liebre era famosa entre los animales por ser muy veloz y se pasaba el día correteando de un lado a otro sin parar, mientras que la tortuga caminaba siempre con pasos lentos y cansados, pues además de tener que soportar el peso de su gran caparazón no era demasiado ágil.

A la liebre le parecía muy divertido ver a la tortuga arrastrando sus patas regordetas con tanta lentitud, cuando a ella le bastaba un pequeño impulso para saltar de un sitio a otro con gran agilidad. Por eso, cuando por casualidad se cruzaban en el campo, la liebre siempre se reía de ella y solía hacer comentarios burlones que a la tortuga no le sentaban nada bien.

– ¡Espero que no tengas mucha prisa, amiga tortuga! ¡Ja, ja, ja!, se reía a carcajadas la liebre. A ese paso no llegarás a tiempo a ninguna parte ¿Qué harás el día que tengas que llegar pronto a tu destino? ¡Date prisa! ¡Vamos!

La tortuga siempre pasaba de sus comentarios burlones. Sin embargo, un día se hartó de tal modo, que decidió enfrentarse a la liebre de una vez y por todas.

Tú serás tan veloz como el viento, pero te aseguro que soy capaz de ganarte una carrera – dijo convencida la tortuga.

– ¡Ja, ja, ja! ¡Pero qué graciosa! ¡Si hasta un caracol es más rápido que tú! No me ganarías ni aunque fuese a tu propio ritmo – contestó la liebre riéndose a carcajadas.

– Si tan segura estás – insistió la tortuga – ¿Por qué no probamos y hacemos una carrera?

– ¡Cuando quieras! Total, estoy segura que ganaré – respondió la liebre mofándose.

– ¡Pues muy bien! Nos veremos mañana entonces a esta misma hora junto al campo de flores y veremos quién es más rápida de las dos ¿Te parece? – le dijo.

– ¡Perfecto! – asintió la liebre guiñándole un ojo, en un gesto de insolencia y arrogancia.

Luego, la liebre se fue dando saltitos y la tortuga se alejó con la misma tranquilidad de siempre, cada una por su lado. La noticia corrió como la pólvora y los animales del campo no tardaron en enterarse del reto. Dudosos por el resultado, decidieron acudir al punto de encuentro para ver con sus propios ojos el resultado de la carrera.

Al día siguiente la liebre y la tortuga fueron las primeras en llegar al lugar que habían convenido. El resto de animales también asistieron, pues la noticia de la curiosa carrera había llegado hasta los confines del bosque. De hecho, durante la noche, una familia de gusanos se encargó de hacer surcos en la tierra para marcar la pista de competición. En tanto, la zorra fue la elegida para marcar las líneas de salida y de meta, mientras que un cuervo se preparó para ser el árbitro.

Cuando todo estuvo a punto, el cuervo gritó “Preparadas, listas, fuera”, y la liebre y la tortuga comenzaron la carrera. La tortuga salió a paso lento, como era habitual en ella. En cambio, la liebre salió disparada como nunca antes. Sin embargo, después de un buen tramo, se detuvo y al ver que le llevaba mucha ventaja a la tortuga, se paró a esperarla y de paso, se burló una vez más de ella.

– ¡Venga, tortuga, más deprisa, que me aburro! Aquí te espero – gritó fingiendo un bostezo.

Finalmente, la tortuga alcanzó a la liebre y ésta volvió a dar unos cuantos saltos para situarse unos metros más adelante. De nuevo esperó a la tortuga, quien tardó varios minutos en llegar hasta donde estaba ya que por mucha prisa que se daba no podía andar muy rápido.

– ¡Te lo dije, tortuga! Es imposible que un ser tan lento como tú pueda competir con un animal tan ágil como yo. Te ganaré y lo sabes.

A lo largo del camino, la liebre fue parándose varias veces para esperar a la tortuga, convencida de que le bastaría correr un poquito en el último momento para llegar de primera. Sin embargo, en una de esas paradas, algo inesperado sucedió.

A pocos metros de la meta, la liebre se sentó bajo un árbol y de tan aburrida que estaba se quedó dormida. Dando pasitos cortos pero seguros, la tortuga llegó hasta donde estaba y siguió su camino hacia la meta. Cuando la tortuga estaba a punto de cruzar la línea de meta, la liebre se despertó y echó a correr lo más rápido que pudo, pero ya no había nada que hacer. Vio con asombro e impotencia cómo la tortuga se alzaba con la victoria mientras era ovacionada por todos los animales del campo.

La liebre, por primera vez en su vida, se sintió avergonzada por su falta de humildad y su exceso de arrogancia, le pidió perdón a la tortuga y nunca más volvió a reírse de ella”.

Estamos pues en presencia de una extraordinaria fábula, portadora de enseñanzas vinculadas con la manera de encarar las circunstancias que se presentan, y la actitud que debemos adoptar ante la vida, en el entendido de que cada persona cuenta precisamente con una vida, y aceptando sus propias limitaciones y potencialidades, con humildad, sin prejuicios y sin juzgarse a sí misma y mucho menos a los demás, ha de asumirla con optimismo y decisión.

Cada vez que un profesor de yoga dice a sus alumnos en sus clases (y yo lo señalo igual en mis clases), que cada uno debe asumir, entrar, sostener y salir de las âsanas o posturas y sus diferentes secuencias, de los ejercicios respiratorios o pranayamas y de las meditaciones, a su propio ritmo y sin compararse a los demás, nos está recordando que el yoga es un proceso, sí, es decir, un trabajo sucesivo de fases de evolución a veces casi imperceptibles, de carácter netamente interno.

Un proceso interior liberatorio del ego, ese elemento esclavizante y competitivo que desea siempre ganar y vencer a los demás, situándose en una posición de superioridad que sólo persigue la vanagloria personal; liberatorio a la vez del apego estresante al qué dirán y al aplauso, como resultado de toda acción que se emprende.

El yoga, en efecto, más que un hacer, es una oportunidad de ser. Cuando se le practica desde los principios yóguicos (alejándose de las vanidosas fotos de Instagram), descubrimos que se trata de un camino que conduce a un estado de auto observación, de presencia consciente a sí mismo, que desde la plena atención nos permite apreciar nuestras propias sensaciones, sentires y emociones, sin juicio. Sin apego a los resultados, como se expresa en el Karma Yoga, y concentración en los avances, por lentos que sean, o puedan parecer.

Lo que tenían la liebre y la tortuga obviamente fue una competencia de carrera, entre dos, pero en donde cada una de ellas obró conforme a lo que se “anidaba” en su ser. Pues en realidad, si de verdad hubo una competencia, fue entre cada una de ellas y sus respectivas circunstancias. En la liebre estaba el ego, la superioridad, el menosprecio, el irrespeto, la burla, alimentando su ser. Y en la tortuga, en cambio, estaba la paciencia, la perseverancia, la ponderación, el equilibrio, la fuerza de voluntad en un bien trabajado Manipura Chakra (chakra del plexo solar), y sobre todo la total auto determinación de llegar a la meta, lo cual es una verdadera intención, un sankalpa, regido por la ley de la atracción y el poder de la palabra: “¡voy a ganarte!”.

De suerte, entonces, que la liebre perdió frente a lo que la animó, y la tortuga ganó gracias a su positivo combustible. Aunque debo decir que, si el resultado de la carrera hubiese sido distinto, llegando la liebre en primer lugar, habría siempre ganado la tortuga, fiel a su propio proceso interno y ritmo, y, en consecuencia, perdido la liebre, ahogada en su ego y vanidad espiritualmente paralizantes.

Jocosamente recordemos aquella ranchera mexicana “El Rey”: “También me dijo un arriero, que no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar”[2].

La tortuga obró desde el actuar justo y debido, el Dharma, pues no buscó humillar a la liebre (quien si así se sintió no fue responsabilidad de la tortuga), sino ofrecerle, con vocación de servicio desinteresado, una lección de vida, para que la liebre pueda encontrar el camino hacia la felicidad, que solo vendría de su propia serenidad, vencidos sus demonios internos.

Así que, queridos lectores, no sigan preocupándose por llegar de primeros, y comiencen a ocuparse de llegar bien y oportunamente, contentos y satisfechos de sí mismos, y si en el camino a alguien pudieron ayudar, pues mejor que mejor.

Alberto Blanco-Uribe

3 Comentarios

  1. silvia

    Este artículo nos lleva a la importancia de respetar a las otras personas y sus diferencias. Cada uno tiene su ritmo de vida y su forma de desarrollarlo, y hay que aceptar y darle su justo valor. Hay muchos docentes que les encanta etiquetar a los alumnos: «no llegarás a nada», «eres malo en matemáticas»…, sin tomar en cuenta que cada uno tiene su ritmo de evolución, sus intereses propios, y que lo hará pero a su ritmo. Si nadie lo limita antes por sus opiniones negativas.

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    • Ana

      En este mundo de competitividad constante, me alegra leer un artículo sobre el respeto del ritmo individual

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      • Alberto

        Es así Ana, y debemos cada vez procurarnos más espacios para nosotros y nuestros hijos, en donde se respete ese ritmo especial de cada uno, escuchar nuestros cuerpos y emociones que nos son propias, aceptarnos y seguir adelante con agradecimiento

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